Caracas, 11 de octubre de 2015.- Si algo nos resulta gratificante, en medio de las penurias económicas y sociales que sufre nuestra Venezuela, como consecuencia de la corrupción y el despilfarro que este desgobierno ha llevado a su máxima expresión, es la certeza de que por muy difíciles que son los problemas que ahora afrontamos, nuestra Venezuela cuenta con recursos para sobreponerse a las adversidades, superarse y emparejar su rumbo con el de otras naciones que hoy transitan por un camino de progreso, con bienestar social y desarrollo económico.
Los problemas actuales son muchos y graves. Nuestro pueblo los sufre cada día y con mayor dureza. Desde el hambre creciente que aflige a grandes sectores de la población, con más de 4 millones de venezolanos que sobreviven en la pobreza crítica, hasta el drama de las familias sin vivienda.
La escasez de alimentos y productos de primera necesidad, la inseguridad galopante por los cuatro costados del país, la descarada impunidad de la delincuencia, la emergencia humanitaria en el sector salud, la falta de mantenimiento en la infraestructura escolar que este gobierno recibió hace 16 años, y la casi inexistente construcción de nuevas escuelas; se suman a otras situaciones alarmantes, como las confiscaciones, expropiaciones y el cierre de empresas, ahogadas por la situación económica, dejando en la calle a miles de hombres y mujeres en edad productiva, que se lanzan al buhonerismo y rebusque para ganarse una vida cada vez más costosa para todos.
En un año la canasta alimentaria se ha incrementado un 228%. Hoy con un sueldo mínimo solo puedes comprar ocho cartones de huevos. Hoy para comprar un kilo de queso blanco gastas más de la mitad de la quincena. Hoy para tomarte tu cafecito en la panadería de la esquina ya debes gastar 100 bolívares.
Esta es nuestra realidad de ahora. Una Venezuela sin aparente futuro que obliga a sus científicos, a los profesores universitarios, a los profesionales jóvenes y a sus hijos, a emigrar a otros países para buscar las oportunidades de progreso que su país les niega.
Pero este momento que atraviesa nuestro país, el más oscuro de nuestra historia y que no ha permitido que ingresemos de pleno al siglo XXI, lo vamos a superar. Tenemos todas las posibilidades para lograrlo.
Venezuela cuenta con riquezas. Siempre señalo que debemos dar gracias a Dios por bendecirnos con recursos naturales abundantes y diversos. Tenemos agua, bosques, llanos y tierras para desarrollar la agricultura y producir alimentos para todos. Tenemos recursos para generar electricidad y contamos con las mayores reservas mundiales de petróleo, además de otros minerales estratégicos. Y tenemos lo más importante, el talento y las capacidades de los venezolanos para convertir a nuestra Venezuela es un país lleno de oportunidades.
Nuestra Venezuela tiene con qué salir de esta crisis y tiene, fundamentalmente, con quién hacerlo. Son grandes, son infinitas las reservas morales de nuestro pueblo, y nuestra mayor fortaleza como país. Nuestro pueblo es noble pero también batallador. Nuestra gente, como dice el refrán, “… se para en lo mojao” y se crece en las dificultades.
Esto lo veo en cada una de las comunidades de nuestro estado, con las que trabajo cada día, en el verdadero gobierno de calle. En esas poblaciones de la Miranda profunda a las que se llega por carreteras de tierra y donde la escasez es atroz, nada comparable con Caracas.
Pero nuestro pueblo sabe que si se administran honestamente los recursos, si se tiene la necesaria sensibilidad humana y si existe la voluntad política, son posibles las soluciones. Hace unos días, José, un vecino de uno de estos caseríos, me preguntaba cómo hacer para que los problemas de su comunidad fuesen tomados en cuenta por la Asamblea Nacional.
Ese es el tema. La agenda social y, justamente, las fuerzas democráticas están comprometidas, sellaron un pacto de honor, para colocar lo social como eje central de la gestión que cumplirán los diputados que elegiremos el próximo 6 de diciembre.
El gobierno ha pretendido que nos resignemos a la situación actual, que nos acostumbremos a que lo excepcional sea que en la bodega de la esquina se consiga un paquete de harina o una lata de sardinas, o que la noticia para los medios de comunicación sea que un buque con un cargamento de leche llegó a Puerto Cabello… Cuando la noticia debería ser que Venezuela tiene excedentes de su producción para la exportación.
Las importaciones no son la solución a la escasez de comida y nuestro pueblo lo sabe. Nuestros trabajadores reclaman que el gobierno asigne las divisas que necesitan las empresas porque saben que la inflación y la escasez se resuelven produciendo y así también mantienen sus empleos; reclaman que el gobierno regale los dólares del petróleo a otros países como si fueran suyos, dólares que se necesitan para construir escuelas, canchas, hospitales y carreteras en sus comunidades. Por eso, ya nadie se come el cuento de los maratones de inauguraciones chucutas que hace el gobierno. Su demagogia electoral quedó al desnudo.
Nuestro pueblo clama por un cambio y las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre son un paso para comenzar a construir ese nuevo rumbo. Está claro que el 7 de diciembre no amanecerán los anaqueles llenos de alimentos y productos básicos, ni las farmacias llenas de medicamentos, pero la nueva Asamblea Nacional cumplirá el compromiso de actuar para ofrecer las condiciones institucionales y para asignar los recursos para reactivar la producción nacional, que el modelo económico de esta mal llamada revolución ha destrozado.
Pero las cosas no se dan solas, hay que salir a buscar y promover el cambio. Tenemos que meternos en el corazón de las comunidades. Debemos estar claros con la tarea que tenemos. El cambio no depende de una sola persona, depende de lo que haga cada uno de nosotros. Hoy en el país sobran las razones para encontrarnos todos. Si nos unimos vendrán tiempos mejores. ¡Dios bendiga a nuestra Venezuela!