Caracas, 15 de octubre de 2013.- En su obra De Amicitia, Cicerón analiza los fundamentos de uno de los fenómenos más radicalmente humanos: la amistad. Lo hace en forma de diálogo, simulando la interlocución entre honorables personalidades romanas en edad de senectud. Por amistad entiende la comunión entre personas alrededor de la benevolencia (deseo de bien) y de la virtud. Nunca podría entablarse amistad en torno al mal y al vicio, pues ello equivaldría a complacencia o complicidad. De la amistad así entendida puede predicarse la cualidad moral de los boni, es decir, de los hombres virtuosos. Y son estos últimos quienes, a través de la fides (confianza recíproca) imprimen textura moral a la República. De este modo, la amistad no es solo una realidad privada, confinada a lo doméstico, sino el cimiento más sólido de un orden político justo, de eso que Aristóteles denominó ciudad de amigos.
La relación entre amistad y vida pública tiene varias aristas que deben servirnos para comprender mejor la situación de autocracia que padece Venezuela. La primera de ellas es que la República requiere de la amistad entre los hombres porque necesita de la igualdad en las relaciones humanas. Así como la amistad solo es posible si median la igualdad y la reciprocidad entre los amigos, la República solo existe si hay igualdad ante la ley y recíproca solidaridad entre todos los ciudadanos. La segunda arista tiene que ver con la preservación de la dignidad moral de los gobernantes. Cicerón piensa que la amistad basada en la verdad, y no en la adulación o complacencia, es el mejor refreno que tienen los políticos y gobernantes para no sucumbir antes las tentaciones del poder. Un hombre de Estado ha de necesitar amigos leales a su lado que, a través de consejos oportunos y de sanas reprensiones morales, le adviertan los peligros de la corrupción y del abuso de poder. Y en tercer lugar, como última arista, aparece la idea de bien común. Cuando los hombres ven realizada la idea de bien en sus propias vidas por medio de la amistad, son más aptos para participar del bien de la ciudad y para consagrarse a la búsqueda de este.
Visto lo anterior, es claro que los venezolanos debemos aspirar a convertir a Venezuela en una ciudad de amigos, en una auténtica República sustentada en la amistad segura de los ciudadanos. Sanar al país del virus autocrático y totalitario ameritará que en nuestra vida pública se abran paso los hombres virtuosos y sean estos los que prevalezcan en el gobierno de los asuntos de interés general. Para ello debemos cultivar la fides ciceroniana como virtud cívica que nos lleve a creer en nuestras fuerzas de pueblos para derrotar la injusticia y mantener en pie un sistema de libertades. Pero sobre todo, sanar al país supone hacer brillar la luz de la esperanza a través de las experiencias concretas de bien que la amistad cívica puede engendrar entre los venezolanos.