Caracas, 20 de octubre de 2013.- Un gobierno corrupto no merece ser el responsable de la vida de un pueblo como el venezolano. La incapacidad de quienes ocupan Miraflores es la única causa de que hoy las familias venezolanas estén pasando más trabajo que nunca. Sus conchupancias, sus guisos y su fascinación por el billete han hecho que dejen de lado incluso a quienes todavía esperan algo de ellos, por el simple deseo de mantenerse aferrados al poder y seguir saqueando.
Es imposible no sentir indignación ante la cara dura de esta gente, que inventa cortinas de humo cada vez peores, como si el pueblo no tuviera clarito desde hace rato quiénes son los responsables del desastre que vivimos. Pero es reconfortante ver día a día cómo nuestra gente ya no se deja robar las esperanzas. Cada vez somos más quienes queremos un país de progreso, pero también son cada vez más los que desde ahora tienen claro que debemos construirlo entre todos.
Como parte de este liderazgo nacional, de esta nueva manera de hacer política, hecha de la mano con la gente y poniendo por encima las soluciones, me lleno de fuerzas cada vez que veo que alguien insiste en salir adelante, a pesar de todos los obstáculos que pone la realidad y la crisis a la que nos han llevado las equivocaciones de esos que han utilizado las riquezas de nuestro país como si fuera su chequera.
Lo he dicho antes y lo vuelvo a decir: el país ya cambió. Es algo que quedó demostrado el 14 de abril y que se reafirma cada día, cuando más venezolanos se incorporan a este camino de progreso, de futuro, de gente que sabe que en las condiciones actuales sólo los hampones pueden cumplir sus metas a sus anchas.
Pero ese país que trabaja, ese país honesto que empuja hacia adelante y no se deja amilanar por el chantaje de los poderosos está ahí. El campesino que quiere producir está ahí, dispuesto a contribuir con el futuro de todos. La muchacha que quiere estudiar educación está ahí, con ganas de que su vocación sirva para formar a los niños en libertad y democracia. La pareja que quiere fundar un hogar y empezar una familia está ahí, queriendo compartir sus sueños con la tierra en la que nacieron. Y la madre trabajadora y el joven empresario y la mujer echada para adelante, y el abuelo que quiere compartir su experiencia con los jóvenes que están empezando a formarse para la vida, y los que sacan adelante sus negocios con honestidad o quien sueña con poder ahorrar también están ahí. Todos desean un país mejor y ninguno está dispuesto a que la incompetencia y la corruptela del partido de gobierno los detenga.
Esos que ocupan Miraflores no están ahí porque un pueblo los apoye: ellos están allí porque controlaban los poderes. Pero cada vez les queda menos gente y menos plata. Y eso los desespera. Ya no hay manera en la que puedan engañar a las familias venezolanas. Ya nadie les cree las mentiras, ni los fantasmas, ni las amenazas. Ese invento de la guerra económica vayan a metérselo a otra gente: aquí lo que han hecho es llevarnos a una economía de guerra, así como han decidido dejar que nuestro pueblo sea asesinado en las calles con completa impunidad.
A mí no me asustan sus amenazas mediocres. Así que a mí no me van a ver corriendo por los rincones, porque a mí el valor me lo da esa gente que a pesar de todas las adversidades está ahí, en el país de verdad, echándole pichón para que cuando llegue el futuro los consiga trabajando.
Yo no quiero tener nada que ver con los vagos y mentirosos, capaces de creer sus embustes y jugar con la esperanza de la gente. Bien lejos con los flojos y ladrones, capaces de desvalijar una gobernación y luego no aparecerse más en ninguna boleta electoral del estado donde supuestamente fueron líderes.
Yo estoy del lado de la gente que trabaja, del país que quiere progresar y de quienes son la fuerza primordial para dejar de ser un país dependiente con una economía de barranco y empezar a ser el país que merecemos. Y ahí no estoy sólo yo: existe todo un liderazgo en cada estado, en cada municipio, en cada parroquia, en cada casa, y no estamos dispuestos a quedarnos en la queja o en la inconformidad: nosotros vinimos a hacer y eso tenemos que expresarlo el 8 de diciembre.
Los ocupantes de Miraflores deben ir sacando las cuentas, verán cómo cada vez les queda menos gente creyéndoles el cuento. Ustedes están acostumbrados a resolver todo con billete, pero ese país se acabó. La gente quiere trabajo, confianza y compromiso. Y de eso a ustedes no les queda ni un poquito. Este camino de progreso es indetenible y a ustedes sólo les queda rectificar y darse cuenta de que el país les quedó grande: no saben gobernar y en dos meses no van a poder reparar todo el daño que han hecho.
En quince años sólo han aprendido a producir una cosa: miedo. Pero ya hasta eso lo importan. Nuestra indignación, nuestra molestia y nuestra insatisfacción se reflejará el 8 de diciembre. Vamos a derrotar a quienes roban a los venezolanos. A este modelo fracasado le llegó su final y ese día se lo haremos saber. Somos demócratas, no somos unos violentos aventureros.
Olvídense de los insultos y las descalificaciones de un gobierno que no tiene moral ni siquiera para corregirse puertas adentro. El voto es nuestra manera de hacerles saber que su periodo especial se acabó, que ha llegado el final de su farsa y que este país quiere crecer y dejar de ser víctima del capricho de unos políticos mediocres y corruptos como ellos.
Por eso cada uno de nosotros debe mantener sus fuerzas y sus ganas de trabajar por el país porque, cuando Venezuela tenga el gobierno que merece, esa misma fuerza será parte vital para que le demostremos a quienes salgan del poder que este país es mucho más que un rehén de sus chantajes.
El 8 de diciembre vamos a decidir entre dos caminos. Uno ya lo conocemos y lo estamos padeciendo: colas, escasez, crisis económica, amenazas, censura y políticas mediocres e ineficaces. El otro es donde está toda esta gente que trabaja por el país que quiere, merece y puede tener.