Caracas, 24 de septiembre de 2024.- El incidente en la residencia de la Embajada de España en Caracas, que protagonizó la salida del presidente electo Edmundo González Urrutia, votado por más de ocho millones de venezolanos, es un hecho de enorme gravedad y consecuencias que todavía no se han medido en su debida dimensión.
Comencemos por lo más básico. El mundo libre reclama la existencia de una dictadura en Venezuela que viola los derechos humanos de manera generalizada. El Grupo de Trabajo de Verificación de Hechos de las Naciones Unidas, desde hace años expone los miles de casos de ajusticiamientos extrajudiciales, la detención de menores de edad, la perpetración de delitos sexuales con ocasión de detenciones políticas, el desmantelamiento de todos los medios de comunicación, incluso las redes sociales, la destrucción institucional de Venezuela y ahora, el nuevo robo de una elección.
Lo que sucede en el país sudamericano no es un secreto y España lo vive a través de casi un millón de inmigrantes que nos encontramos en su territorio. De allí que, cuando una persona de la categoría de Edmundo González solicita a la Embajada española el derecho de asilo, se debe generar automáticamente una protección del Estado a esa persona que está siendo perseguida.
Es algo que debe ocurrir de manera automática, sin que medie ningún tipo de burocracia. Porque se trata de una emergencia donde está en riesgo la vida de una persona, y en este caso también el destino de todo un país. Otorgar el asilo es potestad del Estado que recibe a esta persona que está huyendo, en este caso Edmundo González, y protegerlo de manera integral es su deber insoslayable.
Cuando se analiza lo sucedido en la residencia de España en Caracas, la sensación que se tiene no es de ayuda humanitaria, es más bien la de una trampa. Abrir las puertas para otorgar «un asilo», y una vez que la persona se encuentra dentro de la residencia del embajador español, iniciar un proceso de materialización de delitos muy claros en cualquier parte del mundo: extorsión, chantaje, amenaza, grabar, coaccionar, todo dentro de una sede diplomática.
¿Qué se esperaba de la conducta de un embajador que debería velar por el bienestar de los pueblos que vincula su embajada? Lo que se ha debido hacer es proteger a Edmundo González y denunciar que, detrás de la visita de Jorge Rodríguez y Delcy Rodríguez, operaba una trama de presión dictatorial, de tortura física y psicológica, para obligar a que el presidente electo no tuviera otra opción que irse de Venezuela. El propósito, bajarle presión al régimen de Maduro. De manera que lo sucedido en la Embajada española no es un acto humanitario, a mi modo de ver, constituye todo un conjunto de delitos políticos, delitos internacionales y delitos éticos, que tendrán una enorme repercusión en el desenlace democrático de mi país.
Si lo que ha unido a Venezuela y a España es la historia de la lucha por la dignidad y la democracia, como lo ha sido en distintos momentos contemporáneos, desde la misma guerra civil cuando Venezuela acogió a miles y a miles de exiliados, entre ellos mis propios abuelos y mi madre, así como la referencia que fue para los acuerdos de la Moncloa del año 78 el Pacto de Punto Fijo de Venezuela de 1958, entre otras miles de afinidades; no permitamos que ahora lo una la corrupción y el totalitarismo político.
Detrás de todo este teatro emerge la figura del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, que de nuevo viene a entrar a la cruda realidad venezolana con el único propósito de cooperar con Nicolás Maduro en la consolidación de un sistema totalitario. Es un aniquilador de las democracias.
Lo mismo que hace en Bolivia, lo mismo que hace en Nicaragua, lo mismo que hace alcahueteando Cuba y siendo una pieza más en un proceso de apertura a todo Iberoamérica de un proyecto antidemocrático, antioccidental, y siendo el tonto útil de los rusos, los iraníes y los chinos en suelo hispanoamericano.
Resulta, al final, que ese punto de encuentro, la Embajada de España en Venezuela, pareciera que es una herida abierta donde la pútrida infección del madurismo está contagiando a la sociedad y al Estado español. Como venezolano, como nieto e hijo de españoles, me da vergüenza este episodio, pero tengo la firme convicción de que la fuerza de millones de venezolanos dentro y fuera de Venezuela, junto con tantos líderes de España y del mundo que luchan junto a nosotros, harán posible restituir la dignidad perdida bajo el disfraz de la ayuda humanitaria, que no fue otra cosa que un nuevo crimen del aniquilador de las democracias, José Luis Rodríguez Zapatero.