Paola Bautista de Alemán: Las primarias y volver a Gallegos


Caracas, 03 de julio de 2023.- Lo que más disfruto de mi vida política es compartir con la gente. Reafirmo mi vocación cada vez que llego a una parroquia, me reciben los justicieros del lugar y compartimos un rato con la comunidad. La generosidad no deja de sorprenderme. Pareciera no agotarse. La dinámica es sencilla. Llegar, saludar y compartir. Una y otra vez. Llegar, saludar y compartir. Lo he hecho muchas veces. Perdí la cuenta. Y, desde hace un tiempo, hice un ligero cambio en la mecánica: me he dedicado a escuchar. Llegar, saludar y escuchar. Una y otra vez. Llegar, saludar y escuchar. Este artículo nació en un conversatorio que tuve recientemente en la parroquia San Juan, Municipio Libertador. El comentario de una señora animó esta reflexión. Una vez más, comparto con ustedes ideas que están abiertas al tiempo.

El encuentro lo hicimos en el garaje de una casa. Piso de cemento, sillas plásticas prestadas, techo de zinc. Al frente, unos bloques construidos en democracia. Un poco más arriba, el cerro. De fondo, salsa arrabalera. Así es Caracas. Éramos treinta personas. Miembros de la Junta Parroquial de Primero Justicia y algunas vecinas. Hablo en femenino. Casi todas las asistentes eran mujeres. Miradas cansadas y desbordadas de trajín. Algunas, con sus hijos en las piernas. Otras, con los nietos a cuestas. El pasado, el presente y el futuro de Venezuela. Tomaron una hora de su tiempo para hablar sobre el país ¡Cómo no emocionarme!

Saludos de rigor y comenzamos: “Buenas tardes. Muchas gracias por recibirme. Vine a conversar con ustedes. Y, para comenzar, quisiera escucharlas. Cuéntenme cómo ven las cosas”. Silencio. Sonrisas nerviosas. Palabras aisladas: “Difícil”, “Complicado”, “Ay… es que usted no se imagina”. Siempre ocurre lo mismo. En cuestión de minutos, los comentarios tímidos se transforman en un desahogo existencial. Veo a una señora que luce animada y le digo: “Explíqueme un poquito mejor, por favor”. Y me dijo: “Todo es muy difícil. La plata no alcanza, los hijos se nos van… pero eso no es lo más duro. Lo peor es que esta gente no se va a ir. No importa lo que nosotros hagamos… no se van a ir”. Otra agregó: “Lo hemos hecho todo y nada. Hemos votado, hemos protestado, hemos peleado… y nada”. Luego, alguien complementa: “Y ahora, las primarias. ¿Cómo vamos a hacer? Capriles está inhabilitado y esta gente es experta robándose elecciones, ¿para qué empujar eso?”. Ese “para qué” me interpeló. Quizás yo también estoy algo cansada. Esta lucha ha sido y es exigente. Esas mujeres llevan algo de razón. Lo hemos intentado todo y, lamentablemente, no nos hemos liberado. Entonces, recordé un episodio de nuestra historia política que siempre me ha conmovido: la campaña presidencial de Don Rómulo Gallegos en 1941.

“Negar la gravedad de los posibles desenlaces no los hará desaparecer. Hago énfasis en esto porque tengo los pies en la tierra y esta reflexión está escrita desde el realismo y sin ingenuidad”.

En 1936 murió Juan Vicente Gómez. Después de 27 años de dictadura férrea, el país vio en su horizonte una oportunidad para avanzar hacia la libertad. Meses después, asumió la presidencia el general Eleazar López Contreras. Fue un hombre del gomecismo que quiso caminar lentamente hacia la democracia. Quiero hacer un paréntesis sobre la afirmación anterior: desde la distancia que nos ofrece el tiempo, puede ser sencillo aseverar el talante reformista de López Contreras. Sin embargo, en el momento era difícil de advertir. Lógicamente, había una generación de venezolanos que estaba ansioso por construir la democracia y otro tanto que veía con desconfianza esos ardores de libertad. Y, entre ansiedades y temores, era difícil atinar el juicio y saber hacia dónde iba el país. Hago este inciso porque los procesos políticos son muy complejos. Una cosa es estudiarlos y otra cosa es vivirlos. Cierro paréntesis.

Para efectos de este artículo, quizás la reforma más importante que adelantó López Contreras fue la reducción de su periodo constitucional. Convocó a elecciones dos años antes de lo previsto. Por eso, en 1941 se elegiría a un nuevo presidente. El verbo “elegir”, utilizado en la frase anterior, tiene un importante matiz. En ese entonces, los comicios eran indirectos. Era un proceso de segundo grado. No había voto universal y directo. Solo los miembros del Congreso de la República participaban en él. Por tal motivo, era de esperarse que Isaías Medina Angarita, candidato oficial, ganaría.

Rómulo Gallegos estaba plenamente consciente de este déficit de democracia. Sabía que existía un sistema diseñado para darle el triunfo a otro. Y, aún así, decidió lanzarse a recorrer el país. En palabras de Ramón J. Velázquez: “Reunió multitudes para pedirles su respaldo en una empresa simbólica y pedagógica”. Su voz gruesa llegó a todos los rincones. Habló de derechos, de libertad y de futuro. Imaginemos por un momento a ese país. Bien entrado el siglo XX, aún no sabíamos lo que era estampar nuestra voluntad en un tarjetón electoral. Y, como no conocíamos “el voto”, tampoco sabíamos lo que era una campaña. Desconocíamos ese proceso de socialización política que consiste en ganarnos la confianza de los demás. Gallegos vio en esta empresa una oportunidad para introducir al país modos democráticos y animarnos a perseverar en la lucha por nuestros derechos.

El 28 de abril de 1941 fueron las elecciones. Ocurrió lo previsto. Ciento veinte votos le dieron la victoria a Isaías Medina Angarita. Rómulo Gallegos obtuvo trece. Medina asumió el poder y dio continuidad a las reformas. Cinco meses después, el 13 de septiembre de ese mismo año, se fundó Acción Democrática. Seis años después, hubo elecciones universales, directas y secretas. Y el maestro Gallegos recogió los frutos de su esfuerzo. Superados momentos especialmente convulsos, los venezolanos salieron a votar. Largas colas y alegría. Obtuvo más de 800.000 votos de confianza. Los venezolanos eligieron al hombre que había sabido darle prosa a sus realidades. Votaron por el maestro que les había enseñado valores democráticos en un contexto que carecía de ellos.

Vuelvo a San Juan. Sin ánimo de hacer paralelismos forzados, el comentario de la señora caraqueña me regresó a 1941. Las primarias de 2023 se nos presentan en un contexto especialmente hostil. Bien entrado el siglo XXI, de nuevo hay generaciones que no hemos vivido la alegría de plasmar nuestra voluntad en un tarjetón electoral. Hace décadas vivimos en la barbarie. Y hay impaciencia por regresar a la civilidad. Las primarias se nos presentan llenas de adversidades: inhabilitaciones, violencia política, limitaciones económicas, desánimo. Todo lo anterior y más. Es una travesía de obstáculos sin puerto seguro. Y, aún así, hay que persistir.

Puede haber muchas razones para seguir. Algunas tácticas, otras estratégicas. En lo personal, creo que la principal razón es trascendente. Las primarias son una oportunidad para salir a la calle y reconstruir el alma democrática de nuestro país. Tendremos la oportunidad de desplegarnos con sentido pedagógico. Tocaremos puertas, escucharemos padecimientos y acompañaremos anhelos. Es momento de rehacer lo que nos une y reconocernos mutuamente. Lo que comento no es abstracto. Es absolutamente real y humano. Este país ha sufrido mucho y está desarticulado. El hambre y la violencia nos arrebataron la columna vertebral. Y las primarias son una oportunidad ciudadana para reconstruirla y avanzar con firmeza hacia 2024.

La dictadura acudirá a medios perversos para cerrar este camino. Estamos a pocos centímetros de un escenario peor al que se vivió en Nicaragua. De hecho, quizás viviremos es una versión criolla de lo ocurrido en Bielorrusia en 2020. Negar la gravedad de los posibles desenlaces no los hará desaparecer. Hago énfasis en esto porque tengo los pies en la tierra y esta reflexión está escrita desde el realismo y sin ingenuidad. Soy consciente de todos los riesgos que enfrentamos. Nicolás Maduro no dará tregua y, antes de poner en riesgo su permanencia en el poder, le dará vuelta al cerrojo electoral. El monstruo autocrático que tenemos al frente se crispará en la medida en la que nos mostremos unidos, fuertes y decididos. El régimen cuenta con nuestras miserias para alcanzar sus fines de dominación y no está preparado para una respuesta madura y bondadosa. Por eso, nos toca aprender de Gallegos y de su audacia cívica. La bondad, el desprendimiento, el trabajo bien hecho y la altura de miras descolocan a la dictadura. Acudamos a ellas y crispemos a quienes buscan atornillarse en el poder.

 

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