Julio Borges: Entre el borde del abismo y la caída sin paracaídas


Caracas, 05 de marzo de 2023.- No sé cuántas veces han estado los países al borde del abismo, pero seguramente muchas. Estar al borde del abismo es una sensación terrible para un ser humano. Es cómo sentirse que estás a punto de perderlo todo y que cruzarás un umbral de no retorno. Lo mismo les pasa a los países. Cuando están al borde del abismo, sienten que no hay más fondo y que estás ya en el sótano de la crisis. Pero…La experiencia y los años nos demuestran que entre estar al borde del abismo y caer al abismo hay una gran diferencia.

Los venezolanos tenemos mucha tela que cortar al respecto, luego de 10 años en los que el proyecto del Socialismo del Siglo XXI se profundizó al punto de llegar a un colapso que ni sus propios arquitectos ideológicos habrían imaginado. Un colapso que acabó con todo lo que decían haber conquistado, un colapso que descabezó hasta los propios progenitores y que en el medio arrastró a 30 millones de venezolanos.

Hablo por supuesto de la mal llamada Revolución Bolivariana y de Hugo Chávez. Este 10 de marzo se cumplen 10 años de la partida física del expresidente. 10 años que para algunos pueden haber pasado rápido, pero para los venezolanos han sido una eternidad, porque en esos 10 años todo lo que venía mal, empeoró; y no solo empeoró, colapsó desde sus bases dogmáticas hasta su expresión concreta.

Nunca compaginé con el proyecto de Chávez, fue autoritario, corrupto, populista, clientelista, militarista y en su esencia destructor. Nos condujo al borde del abismo antes de su muerte. Las expropiaciones, el cierre de canales de televisión, el deterioro de la educación y la salud pública, el aniquilamiento de la separación de los poderes públicos, así como la rampante corrupción en PDVSA y las demás empresas públicas eran signos inequívocos de ese subsuelo al que Chávez condujo a Venezuela.

Algunas cifras denotan lo mal que estaba Venezuela durante el gobierno de Chávez. Para 2012, el 80% de lo que consumíamos los venezolanos provenía del exterior. La política de Chávez de perseguir y estigmatizar la iniciativa privada había generado desinversión y destrucción de la producción nacional. Desde 2005 se habían intensificado las expropiaciones de tierras. Al cierre de 2011, iban cerca de 4 millones de hectáreas confiscadas. En materia de seguridad, los venezolanos vivían un espiral de violencia inédito. Según el Observatorio Venezolano de Violencia, entre los años 2001 y 2011 ocurrieron en el país 141.487 asesinatos, lo que ubicaba para entonces a Venezuela dentro de los países más peligrosos del mundo.

Era tal la situación, que muchos llegamos a decir “No podemos estar peor”. Pero, como dice el refrán, el tiempo es buen consejero y sabe desengañar. Siempre se puede tocar más fondo. Siempre se puede estar peor. Con Nicolás Maduro sí podíamos estar peor.

Con Maduro saltamos al abismo y sin paracaídas. La pobreza creció a niveles sin precedentes, pasando de 32,6% (una cifra alta si se toma en cuenta la bonanza petrolera) a 81,5%, según cifras de la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi). Es decir, casi triplicamos el indicador de pobreza en tan solo 10 años. Pero eso no es todo. La pobreza es la consecuencia de un descalabro económico sin paragón. Un Producto Interno Bruto de casi 300.000 millones de dólares se redujo a menos de 50.000 millones de dólares. Lo que quiere decir que perdimos más de 80% del tamaño de nuestro economía, siendo este el mayor colapso económico que se haya vivido para un país que no afronta un conflicto bélico.

En materia petrolera, la tendencia de declive de la producción que venía con Chávez por malas decisiones en materia gerencial y por corrupción, se incrementó hasta despretrolizar a Venezuela. Sí, un país con una tradición de 100 años de producción petrolera y de ser uno de los líderes del mercado energético mundial, dejó de la noche a la mañana de producir petróleo. Pasamos de una producción de 2,9 millones de barriles diarios a una ínfima cifra de 600.000 o 700.000 barriles de petróleo diarios.

En este tiempo, la poca democracia que quedaba (si era que existía) se pulverizó. En el mundo se llegó a decir que Venezuela con Chávez experimentaba una especie de autoritarismo competitivo, un sistema seudodemocrático o híbrido, que llevaba a cabo prácticas autoritarias, pero permitía elecciones medianamente competitivas. Pues, eso quedó en el pasado con Maduro.

Aquella consigna de que todo el poder para el pueblo y de la supuesta democracia participativa, refrendada en elecciones, se convirtió en polvo cósmico. Maduro ilegalizó los partidos políticos, llenó aún más las cárceles de dirigentes políticos y sociales, se robó las elecciones, y aplicó la ley de “plata o plomo” para silenciar a toda una sociedad. Inclusive les aplicó la fórmula a sus propios partidarios. Sí, a quienes le levantaron la mano como sucesor de Chávez y quienes habían sido ministros del exmandatario, los condenó (al igual que a muchos opositores) a la cárcel, el exilio y hasta la muerte.

La atmósfera de represión contra las voces independientes llegó a su clímax con Maduro. Hasta 2021, Maduro había cerrado al menos 84 medios de comunicación, entre medios impresos, televisiones y radios, según el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa (SNTP). Una cifra que se incrementó aún más en 2022, cuando clausuró más de 100 estaciones de radio. Pero la libertad de expresión no fue el único derecho humano que entró a terapia intensiva. Las cifras de detenciones arbitrarias, ejecuciones extrajudiciales y torturas se dispararon. Según la OEA, desde 2014 se han suscitado 18.000 casos de ejecuciones extrajudiciales y 15.500 casos de detenciones arbitrarias en el país.

Una de las variantes del proyecto revolucionario en este tiempo es que Venezuela se transformó oficialmente en un Estado fallido. Un país gobernado totalmente por el crimen organizado. Una especie de santuario para el narcotráfico, el contrabando de minerales y la proliferación de grupos como los ExFarc y el ELN . Una incubadora de la ilegalidad. No en vano dos sobrinos de Maduro fueron capturados cuando conspiraban para ingresar a Estados Unidos 800 kilogramos de cocaína. No en vano el principal testaferro de Maduro está preso en Estados Unidos, luego de liderar una de las mayores redes de corrupción y delito que haya conocido América Latina. En medio de este paraíso delictivo, actores antioccidentales a los que Chávez les había dado entrada y luz verde en Venezuela como Rusia, China, Irán y Cuba se adueñaron de la escena, haciendo de nuestro país su centro de operaciones para desestabilizar a América Latina.

Y quizás lo más doloroso que ha ocurrido en estos 10 años ha sido la migración. Durante el periodo de Chávez es cierto que hubo una migración, especialmente de las capas medias y altas, particularmente de los más jóvenes de esos estratos. No obstante, con Maduro la migración venezolana se desbordó hasta hoy ser el segundo éxodo más grande del planeta, conformado por 7 millones de personas. Venezuela está herida en el alma, ha perdido cerca del 30% de sus hijos, la gran mayoría jóvenes talentosos y profesionales, que serán fundamentales para la reconstrucción nacional.

Con este artículo no pretendo exonerar a Chávez de su responsabilidad histórica e ineludible en este desastre. Chávez fue el creador de este modelo que ha socavado la soberanía nacional y ha llevado a Venezuela a la mayor crisis de su historia. Pero hoy la lucha que libramos sobrepasa nuestras dimensiones y nos exige ver más allá de nuestras narices, así como de nuestras visiones. Necesitamos sumar al que tengamos que sumar para sacar a Maduro del poder.

Son 24 años en el que hemos vivido múltiples transformaciones, 24 años en los que Venezuela pasó de ser una democracia a ser una dictadura, y de una dictadura pasó a ser un Estado fallido. El futuro que Maduro ofrece no es otro que un infierno donde los venezolanos solo tienen dos caminos: emigrar para escapar o someterse al sistema de mafias, corrupción y miseria. Nosotros como venezolanos tenemos el deber de construir un plan para darle una salida a la situación. Un plan que permita reconectar con el país y la comunidad internacional, para de esa manera retomar la presión y así producir una transición política.

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