Caracas, 09 de enero de 2023.- En septiembre del año 2006 el Papa Benedicto XVI dio su famoso discurso de Ratisbona. Una pieza de orfebrería que condesa su visión sobre la relación entre fe, razón y verdad en el mundo actual. Así como a Juan Pablo II le tocó la difícil tarea de luchar contra el comunismo del siglo XX, a Benedicto XVI la tocó y lo seguirá haciendo a través de su fabulosa obra, luchar contra el nihilismo del siglo XXI.
La vida de Benedicto fue una síntesis entre acción e intelectualidad que explica la profundidad y la sencillez de sus ideas y, al mismo tiempo, aclarar los feroces ataques de los dogmáticos del nihilismo revestidos en todas sus formas: opinadores superficiales, periodistas sin articulación y los activistas del deconstruccionismo humano. La causa es clara, Benedicto XVI era incomodo al extremo, los confrontaba al espejo de sus contradicciones y agendas de poder.
El Cardenal Ratzinger, luego Benedicto XVI, desarrolló una densa argumentación acerca de las ideas que han hecho posible alcanzar la cima de valores de la humanidad, tales como la dignidad, los límites al Estado y a la Iglesia, la relación sana entre razón y fe, el diálogo con la modernidad y con otras culturas, así como los Derechos Humanos. Renunciar a estos valores no es renunciar a una tradición más entre muchas, es renunciar a nuestra identidad como seres humanos y convertirnos en meros instrumentos de los poderosos.
Que Dios nos ayude a seguir el camino de Benedicto y su lucha en una sociedad vaciada de significado y que necesita reencontrar, asumir y metabolizar muchos conceptos a cabalidad. Sin embargo, me limito a tres para la reflexión de los lectores: 1. Razón (Logos). 2. Amor; y 3.Dignidad humana.
Este breve homenaje a Benedicto XVI consiste en tomar 6 citas del discurso de Ratisbona y subrayar las visiones relevantes del pensamiento de nuestro Papa emérito recién fallecido.
La convicción de que actuar contra la razón está en contradicción con la naturaleza de Dios ¿es solo un pensamiento griego o es válido siempre por sí mismo? (Benedicto XVI, 2006, pág.2).
Este fragmento nos permite comentar varios temas. En primer lugar, la reiteración de Ratzinger que el Dios cristiano es Logos y por tanto es razón, esta constituye la premisa de todo: no se trata de un Dios arbitrario, lejano, voluntarista. Por ello, Atenas y Jerusalén como los dos grandes ríos que se unen para formar Occidente, se encontraban atraídas a la misma luz; la luz de Logos. Era la misma búsqueda desde ángulos diferentes.
Esto implica, en segundo lugar, que el logos no es un patrimonio exclusivamente griego que el cristianismo apropia. Se trata de una búsqueda que confluye. En tercer lugar, Ratzinger abre la puerta a que este paralelismo bien pudiera ser obra de la providencia al citar la visión de Pablo (Hechos, 16). Incluso, no solo en Hechos o el inicio del Evangelio de Juan (Juan, 1, 1), sino desde el propio libro del Éxodo 3, Dios se manifiesta como el Ser: “yo soy el que soy”, lo cual es referenciado por Ratzinger y utilizado por Santo Tomás al responder el artículo tercero sobre la cuestión segunda sobre la existencia de Dios.
Pero, adicionalmente, es importante subrayar en cuarto lugar, que la unión de Atenas y Jerusalén implicó una síntesis que va mucho más allá de la suma de las partes. El logos griego, que podemos simplificarlo como una especie de enorme disco duro universal, se encuentra con el logos cristiano y conforman un logos que pasa a ser logos/amor/persona/comunidad/relación que lo eleva a una dimensión infinitamente superior al logos griego. Con lo cual, es quedarse corto afirmar que el cristianismo simplemente se apropió de una categoría griega en la construcción de su propia identidad. Benedicto XVI no invita a entender a Dios de este modo y relacionarnos de manera personal con Él.
Dios no se hace más divino por el hecho de que lo alejemos en un voluntarismo puro e impenetrable (Benedicto XVI, 2006, pág.3).
Tomo este fragmento en consecuencia de lo anterior, porque más allá de la alusión a la visión del Islam que lleva a una concepción de un Dios que es voluntad y no razón, la contemporaneidad también se ha negado a sí misma su capacidad de Dios, y por lo tanto su capacidad de relacionarse con Él. Nuestra cultura postmodernista, junto a la tradición protestante, asume ese alejamiento de Logos y confluye en esta visión de Dios: lejanía y arbitrariedad.
Un ejemplo claro lo encontramos en Vattimo, que rechaza de forma expresa la etiqueta relativista apuntando a Dios en un escrito donde le preguntan precisamente por Benedicto y su lucha contra el relativismo. Vattimo se excusa en que solo Dios puede ser genuinamente relativista. En su consideración:
“Solo desde una posición de sólida afirmación desde algún punto de vista universal se puede (podría) mirar a la multiplicidad como multiplicidad. Podría decirse que el relativismo es el endurecimiento metafísico (auto contradictorio e impracticable) de la finitud. Solo Dios podría ser auténticamente relativista” (Vattimo, 2009, pag.74).
Así, pensar que solo Dios puede ser relativista nos quiere llevar al equívoco de pensar que solo Dios puede decir arbitrariamente que es bueno o que es malo, a capricho de su voluntad. En este punto, Ratzinger explicando la visión cristiana es muy claro: Dios es Logos y al crear lo hace con sentido y lo hace por amor. Para Ratzinger y para los cristianos, Dios no crea de modo arbitrario, no hace las cosas por una voluntad absurda. Hay una razón en la creación, lo cual debe servir para argumentar a la postmodernidad que donde hay razón, no debe haber violencia. Precisamente la violencia, que los postmodernos achacan a la fe es la consecuencia directa de la ausencia de razón.
El argumento base no es que ciertas cosas son correctas porque Dios las ordena, sino que Dios las ordena porque son correctas. Desde aquí Benedicto no dice que es posible reconstruir una relación sana, racional y amable con Dios, distinta a ese Dios lejano, indolente y divorciado de la realidad que nuestro tiempo ha comprado.
No es sorprendente que el cristianismo, no obstante, su origen e importante desarrollo en Oriente, haya encontrado su huella históricamente decisiva en Europa (Benedicto XVI, 2006, pág.3).
A lo largo de su obra Ratzinger insiste de todas las formas posibles que el concepto de Europa (es decir, de Occidente) no es un concepto geográfico, es por encima de todo, un concepto cultural. La primera noción de Europa viene dada por Heródoto. Siglos luego, al referir la batalla de Tours se habla de europeos y también de europenses en contraste con los árabes. Pues bien, aunque esta historia cultural común de Europa es larga, el elemento que más ha marcado su identidad es el cristianismo. Europa se ha forjado de la tradición romana y griega, así como de la tradición germana y eslava, y la tradición cristiana. Pero de estos afluentes, el único que es compartido por todas las fuentes europeas ha sido el cristianismo. La síntesis de Atenas y Jerusalén, junto con la tradición romana representan el crisol de Occidente.
Por ello resulta tan alarmante para Benedicto la actualidad occidental que niega su identidad y que busca que su cemento sea meramente económico, cuando los valores culturales de la larga tradición europea cristiana han dado vida a la cultura más elevada desde Grecia hasta hoy: dignidad humana, amor, Estado de derecho, derechos humanos, libertad de conciencia.
Este concepto moderno de la razón se basa, por decirlo brevemente, en una síntesis entre platonismo (cartesianismo) y empirismo, una síntesis corroborada por el éxito de la técnica (Benedicto XVI, pág.4).
C. S. Lewis (1954) expone, de manera muy gráfica, esta coalición de modernidad y naturalismo a través de dos personajes que reducen la razón: el mago y el astrólogo. A simple vista ambas figuras son opuestas, pero poseen preocupaciones similares: el mago se entiende como un sujeto que posee o desea un poder sobre la naturaleza; mientras que el astrólogo proclamaba un poder o influjo de la naturaleza sobre el hombre. Ambos desmantelaron la noción de Logos clásico y a partir, sobre todo de Descartes, se escinde lo estimativo, lo moral, lo intuitivo (intellectus) de lo calculativo, deductivo, silogístico (ratio). Con esta preocupación por el sentido de Logos y la subversión del reino de la ratio sobre el intellectus, Lewis y Ratzinger alertan sobre el cambio que se produce en la noción misma del concepto de razón.
En la Edad Media, la palabra razón podía significar una de dos cosas: unas veces el alma racional y otras veces la facultad más baja del alma racional (Lewis, 1964). Estas dos facultades eran llamadas intellectus y ratio. Intellectus son los ojos de la mente, lo que permite ver verdades evidentes por sí mismas. Ratio, por su parte, permite ver la construcción lógica y razonada de los pasos que deben darse para alcanzar una verdad que no es evidente por sí misma. El mago y el astrólogo subvierten la jerarquía interna de Logos e imponen la ratio sobre el intellectus, o de forma más cabal, se llega a suprimir el intellectus dentro del dominio de la razón. Es a partir de la modernidad que el término de razón se ha ido reduciendo exclusivamente a esta dimensión de ratio. De esta manera, la capacidad del intellectus para dictar premisas para la valoración, se fue atrofiando hasta el extremo de llegar a negar que la moral tuviera algo que ver con la razón.
Esta escisión divorcia el orden cósmico que prevaleció y sintetizó el mundo clásico y el mundo cristiano. Desde Descartes, Bacon, Hobbes hasta llegar a la contemporaneidad, se separan y se dividen estas dos facultades clásicas de la razón en sentido amplio, o Logos. A partir de esa fractura todo se altera: la ratio reina sobre el intellectus y se une conocimiento y poder. El mago puede hacer todo o el astrólogo no puede hacer nada, y el poder emerge como el rasero del conocimiento de la realidad.
En este punto, el nihilismo que Benedicto combate, va más allá y pone en duda a la razón misma, incluso a la razón (ratio) instrumental. Lo que existen son fábulas, narrativas locales, producidas por la cultura aquí y ahora. Pura inmanencia. Como un animal que prácticamente despierta y nace todos los días.
El sujeto decide entonces, basándose en su experiencia, lo que considera que es materia de la religión, y la conciencia subjetiva se convierte en el único árbitro de lo que es ético. De esta manera, sin embargo, la ética y la religión pierden su poder de crear una comunidad y se convierten en un asunto completamente personal (Benedicto XVI, 2006, pág.5).
El Logos amplio (la razón ancha) es lo único que puede lograr que las relaciones sean plenas con objetos, personas y eventos, a diferencia de la modernidad que reduce toda relación a lo meramente medible, lo calculable, lo cual enajena toda axiología asumiendo una perspectiva que solo valora las causas materiales y eficientes. Por ello, la vinculación actual de los seres humanos con el mundo llega a ser solo utilitaria y tecnocrática. Este modo reducido de relacionarnos, el cual prescinde de la razón amplia, refuerza una forma cultural utilitaria donde la división es minimizada a sujeto-objeto, que en palabras de C. S. Lewis (2016) implica que:
“El mundo de los hechos, sin un rastro de valor y el mundo de los sentimientos, sin un rastro de verdad o de falsedad, de justicia o injusticia choquen entre sí, y ningún acercamiento es posible” (pág.11).
La modernidad nos ha acostumbrado a este tipo de relación en la cual el sujeto aprehende la realidad desde la fórmula más simple: materia, medida, utilidad.
Ratzinger defiende que la razón debe ser entendida de un modo más amplio que el mero cálculo y que por lo tanto la razón nos permite ver certezas evidentes por sí mismas, que están constituidas en el Logos, y que no necesitan una comprobación deductiva y donde no entran en el juego de las preferencias individuales. Para Ratzinger, objetivamente, hay cosas que están bien y hay cosas que están mal sin importar la historia, la cultura o las preferencias. Esto implica que los seres humanos podemos reconocer que hay cosas que es apropiado hacerlas, y otras que no es apropiado hacerlas, independientemente de la gratificación o los intereses del individuo; así como hay eventos, personas y objetos que merecen una valoración y que no pueden ser irrespetados. El mundo ha perdido su encanto, nos recuerda Weber, el altar de la ciencia y la técnica nos lleva a la sociedad del más fuerte y al vacío nihilista: creer en cualquier aspecto trascendente de la vida es indecente y sospechoso.
En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a encontrar este gran logos, esta amplitud de la razón. Es la gran tarea de la universidad redescubrirlo constantemente (Benedicto XVI, 2006, pág.6).
Desde el mismo inicio de la patrística, especialmente con San Agustín, la apertura a relacionarse sin miedo a la tradición griega, llevó a construir una Iglesia cuyo objetivo ha sido buscar y fortalecer la búsqueda de la verdad. La noción de universidad nace de esta tradición cristiana. La relación entre filosofía y teología, la relación entre fe y razón hicieron natural la construcción de espacios para la búsqueda de la verdad. De este modo, ayer y hoy, Ratzinger convoca a las universidades a no perder su esencia amplia, abierta, tolerante, pero bajo la premisa de posibilidad de verdad (Ratzinger, 2008).
Para un profesor universitario como Ratzinger, la universidad debería ser, ante todo, una comunidad y búsqueda de la verdad conviven para alimentar a la vida. La lucha debe ser para restituir este camino. La cultura de la cancelación, los limites totalitarios que se imponen a profesores, el miedo al debate abierto, manipular la tolerancia para imponer ideas, la exaltación al vacío constituye lo normal en la vida actual; por ello, la lucha por el sentido de la vida, por la verdad y por la dignificación de la humanidad deben ser nuestra principal tarea y homenaje a la fe que nos señalo Benedicto XVI, quien supo, como él mismo dijo, nadar contracorriente.
Citas bibliográficas:
-Lewis, C. S (1954). English Literature in Sixteenth Century Excluding Drama. Clarendon Press.
-Lewis, C. S (1964). The Discarded Image. Cambridge University Press. https://portalconservador.com/livros/C-S-Lewis-The-Discarded-Image.pdf
-Lewis, C. S (2016). La abolición del hombre. Ediciones Encuentro. Madrid
-Ratzinger, J. 2006. Discurso de Ratisbona. www.vatican.va
-Ratzinger, J. (2008). Citado por Rourke. Iglesia, Ecumenismo y Política. San Francisco, Ignatius Press.
.Vattimo, G (2009). Ecce Comu: Cómo se llega a ser lo que se era. https://es.scribd.com/document/189231223/183963534-Vattimo-Ecce-Comu