Julio Borges: Carta a Benedetti


Caracas, 12 de septiembre de 2022.- Soy de los que cree fehacientemente que el gobierno del presidente Gustavo Petro puede jugar un papel estelar en ayudar a desenmarañar la crisis venezolana, movilizando esfuerzos internacionales para que en el país se celebren elecciones como las que lo llevaron a la Casa de Nariño, elecciones libres.

El Gobierno de Colombia puede ser un factor de peso en el rescate de los principios del sistema interamericano que defiende el presidente Petro, soslayando la convivencia con regímenes que deploran los DDHH y la democracia como forma de vida. Una posición de esta naturaleza ayudaría no solo a una trascendencia de la política exterior del presidente Petro, sino también al fortalecimiento de una América Latina democrática e integrada, sin importar el sello ideológico.

La semana pasada arribó a Venezuela el embajador designado por el presidente Gustavo Petro, Armando Benedetti. El régimen de Nicolás Maduro le ofreció una cobertura mediática inédita a la llegada del embajador y a su agenda de reuniones, intentando mercadear el hecho como una muestra de reconocimiento diplomático a la dictadura.

Benedetti sostuvo encuentros con los más connotados jerarcas del proyecto dictatorial, como lo son Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Delcy Rodríguez, Jorge Rodríguez, Tarek El Aissami y Tarek William Saab.

Llama la atención que estas reuniones se dieron con un tono absolutamente sonriente con los responsables de la destrucción de Venezuela. Y llama aún más la atención que hasta el momento el embajador no ha entablado conversaciones con los representes de los partidos políticos de la oposición, ni tampoco con miembros de la iglesia, de las universidades, de los sindicatos y de las organizaciones de DDHH.

Visto el recibimiento y las reuniones del embajador Benedetti, subyace la necesidad de plantearse una interrogante sobre este proceso que se ha llamado “normalización de las relaciones entre Venezuela y Colombia”.

¿Qué significa normalizar las relaciones entre los dos países? Normalizar puede significar dos caminos que son mutuamente excluyente. Puede significar una Colombia que se hace la vista gorda frente a las masivas violaciones a los DDHH en el país o puede significar una Colombia que es referente y que ayuda a construir una salida para tener una Venezuela donde se respeten los DDHH y donde exista justicia social.

Preocupa que todos los primeros pasos que se han dado apuntan hacia la primera dirección, y esto es realmente una amenaza no solo para los venezolanos, sino también para todos los colombianos, porque ese proyecto que representa Maduro de crimen organizado, destrucción de la democracia y crisis social se quiere inocular en Colombia.

El embajador Benedetti ha hablado desde su llegada a Venezuela de deselenizar las relaciones, pero ¿sabe el embajador Benedetti que en Venezuela están refugiados más 1.000 miembros del ELN gracias al apoyo de Maduro y que desde allá planean atentados terroristas contra su país?

Por otra parte, el representante del presidente Petro ha dicho que lo más importante es reabrir la frontera para retomar el intercambio comercial y que así se abra un abanico de oportunidades para los empresarios colombianos. Pero, embajador, ¿puede un régimen dictatorial ser un socio comercial confiable para Colombia? ¿Recuerda usted cuando el régimen chavista en el pasado incumplió sus compromisos de pago con varios representantes del sector privado colombiano?

Y más allá de eso… ¿Se puede hacer diplomacia sin principios? ¿Puede una oportunidad comercial estar por encima de la democracia y los DDHH?

El embajador Benedetti también anuncia que habrá cooperación judicial con la dictadura de Maduro, pero ¿se puede colaborar judicialmente con un régimen denunciado internacionalmente por cometer crímenes de Lesa Humanidad?

Aunado a ello, Benedetti ha sentenciado en una entrevista que Colombia se prepara para comprar gas al régimen de Maduro. ¿Está enterado el embajador que en ese acuerdo de gas con la dictadura está involucrado el régimen de Irán? ¿Colombia va a poner en manos de Maduro e Irán su seguridad energética?

Son todas dudas razonables que se pasean por la mente de venezolanos y colombianos. El país al que arriba el doctor Benedetti es un país que en los últimos 7 años perdió más del 80% de su PIB. Es un país donde las cabezas del Estado están siendo sometidas a una investigación por parte de la Corte Penal Internacional por presuntos crímenes de Lesa Humanidad. Es un país donde más del 90% vive bajo el umbral de la pobreza y donde casi 7 millones de personas se han tenido que marchar por falta de oportunidades. Es un país donde hay una presencia activa de fuerzas antioccidentales como Rusia, China, Cuba e Irán y de grupos narcoterroristas como las disidencias de las FARC, el ELN y Hezbolá.

De manera que no parece racional, y menos para una nación como Colombia, pensar que Venezuela es un país cuasi-normal y que un restablecimiento de relaciones pasa por “pasar la página” y no “incomodar” a los artífices de esta profunda crisis.

El Gobierno de Colombia puede cumplir otro papel. Un papel muy significativo en la construcción de un rompecabezas que conduzca a que en Venezuela se retome el curso democrático.

Ahora bien, para cumplir un rol de esa envergadura, es requisito sine qua non evitar ser instrumento de una dictadura como la venezolana. Es decir, evitar ser presa fácil para personajes tóxicos como Maduro, Cabello y los Rodríguez. Ni el embajador Benedetti, ni el presidente Petro deben dejarse imponer una agenda por parte de quienes aborrecen la convivencia democrática. No deben ser vasallos de ningún tipo de acuerdo con un régimen que ha demostrado a lo largo de los años que todo lo supedita a su permanencia en el poder. Al contrario, deben aprovechar esta oportunidad histórica para ir a la yugular en los temas que son determinantes para el porvenir de ambas naciones: democracia, lucha contra el terrorismo y derechos humanos.

Nos sobran razones para explicar la importancia de las relaciones entre Colombia y Venezuela. Dos países que en algún momento fueron una sola nación, unos lazos culturales que son infinitos y una frontera que es de las más dinámicas y pujantes del mundo, con una expansión geográfica que supera los 2.000 kilómetros.

Sin embargo, la necesidad de cercanía no puede nunca significar la aceptación de la situación de Venezuela como una realidad normal.

El nuevo Gobierno de Colombia busca rescatar el ideal bolivariano como doctrina política y en esa titánica misión no deben olvidar que el Libertador pregonó, en aquel Congreso de Angostura que selló nuestra unión, una potente afirmación: “Sólo la democracia, en mi concepto, es susceptible de una absoluta libertad”.

El restablecimiento de las relaciones de dos naciones bolivarianas se desprende de un principio bolivariano y es la democracia. Para que Colombia pueda tener un aliado en su búsqueda de la paz, necesita una Venezuela democrática. Para que Colombia pueda hallar un socio comercial confiable, necesita una Venezuela democrática. Para que Colombia pueda garantizar una frontera segura y económicamente dinámica, necesita indudablemente una Venezuela democrática. Nuestros horizontes están cruzados por la democracia.

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