Julio Borges: México y el camino hacia elecciones libres en Venezuela en 2024


Caracas, 24 de julio de 2022.- Encarar cualquier negociación es un proceso arduo y complejo, que demanda preparación y compromiso de las partes para lograr acuerdos duraderos. Cuando uno revisa desaforadamente las experiencias internacionales recientes en materia de negociación internacional, como lo son los casos de Sudáfrica, Irán y Colombia, se percata que en sus lecciones aprendidas existen similitudes a pesar de las diferencias étnicas, culturales, políticas y sociales. Entre los puntos que une a cada uno de estos procesos está el rol de la comunidad internacional. Una comunidad internacional que en cada uno de los casos tuvo un papel preponderante, impulsando la construcción de acuerdos políticos mediante iniciativas de presión democrática.

En los últimos días, ha levantado mucho polvo en la opinión pública la posibilidad de retomar el proceso de negociación en México, que fue interrumpido el año pasado, luego de que la dictadura de Nicolás Maduro decidiera patear la mesa como reacción a la extradición de su principal testaferro, Alex Saab. Antes de que el régimen tomara la decisión de levantarse de la mesa, eran mínimos los logros que se habían alcanzado en ella. Apenas se limitaban a una declaración conjunta para atender el tema social y a un repudio colectivo a la intención de Guyana de hacerse del control del Esequibo venezolano.

La crisis social es muy importante y debe ser prioridad en cualquier agenda de negociación. Cualquier acuerdo político que no contenga en su fondo la atención de los problemas de la gente, estaría destinado al fracaso. Por eso comparto totalmente esa visión que sostiene que los acuerdos parciales en temas sociales no solo son relevantes, sino deseables para lograr generar confianza entre las partes y también confianza en la población con respecto a los resultados de la mesa de negociación.

Ahora bien, el proceso de negociación venezolano debe ser evaluado, interpretado y concebido a la luz de un marco estratégico mucho más amplio, el cual sea capaz de entender el complejo andamiaje de relaciones, intereses y agendas que están detrás de una dictadura como la de Maduro; y que sepa dimensionar el necesario equilibrio entre una agenda social y una agenda política, que nos conduzca a una transición democrática.

Lo primero que debemos comprender es que Maduro no es solo Maduro. Maduro es un conjunto de actores que están instalados en Venezuela y que están desarrollando su propio juego geopolítico. Maduro es Cuba, Irán, China y Rusia. Es el peón de un tablero de ajedrez donde son estos actores los que mueven las fichas, son quienes mueven los verdaderos hilos del poder en Venezuela y quienes han convertido a nuestro país en una especie de patio para desde allí difuminar sus intereses hacia toda una región. Bajo la lógica de estos actores, una Venezuela democrática es una amenaza a sus propósitos; y por eso, prefieren bloquear cualquier intento de estabilización del país que emane de una negociación.

Lo segundo que se requiere comprender es que Maduro solo acude a una negociación persiguiendo dos objetivos: 1) ganar tiempo y 2) conseguir el levantamiento las sanciones para él y su círculo. Es decir, no afronta ningún proceso de diálogo con la idea de salir del poder, permitir que el pueblo recobre el ejercicio del voto libre y que Venezuela se reinserte en el concierto internacional para recuperar su normalidad. Opera bajo una premisa y es que para poder quedarse en el poder de forma indefinida, sin ningún tipo de frenos ni limitaciones, necesita abolir la presión internacional.

Maduro y su grupo han sentido el peso de las decisiones de las democracias del mundo, que les han congelado millones de dólares robados al pueblo venezolano, que los han señalado por la justicia y que les han cerrado las puertas en el planeta entero. Necesitan zafarse de esa camisa de fuerza que significa toda la presión internacional; y es por eso que, para el régimen, el escenario ideal sería tener una interlocución directa con los portadores de esas sanciones, sin necesidad de pasar por una mesa de negociación donde se vea forzado a reconocer una oposición política y a buscar acuerdos en beneficio de los venezolanos.

Dado que Maduro acciona bajo esta lógica, no queda otra para nosotros los demócratas que amarrar cualquier avance del proceso de negociación a pasos concretos que se encaminen a restablecer el derecho de los venezolanos a elegir democráticamente. Dicho de otra forma, no se debe dar ningún premio ni contraprestación a Maduro, hasta tanto no adopte decisiones que le devuelvan a los venezolanos la confianza en el voto como herramienta de lucha.

¿Cuáles podrían ser esas decisiones? Las mismas que ya el informe de la Unión Europea dejó por escrito. Voto de los venezolanos en el exterior, observación internacional calificada, la devolución de las tarjetas de los partidos a su legitima militancia, habilitación de todos los candidatos y partidos opositores, cese de la persecución política y la no intervención del poder judicial en los resultados electorales.

En otras palabras, de lo que se trata es de desmantelar el escenario de replicación de las elecciones presidenciales de Nicaragua en Venezuela. En las elecciones presidenciales de este país centroamericano no solo no hubo ningún tipo de condiciones democráticas, sino que prácticamente el dictador Daniel Ortega apuñaló la Constitución de ese país sin recibir ningún tipo de castigo o sanción internacional.

Para que esta negociación pueda abonar en un terreno fértil se requiere indudablemente del compromiso decidido de la comunidad internacional. Son las democracias del mundo las que manejan los incentivos que puedan abrir o cerrar las posibilidades de acuerdo político.

Reconstruir la presión internacional es un requisito sine qua non para que un proceso de negociación llegue a puerto seguro. Necesitamos volver a los tiempos de 2018 o 2019 donde la región entera a través del Grupo de Lima iba a la vanguardia del tema venezolano, movilizando los esfuerzos internacionales para presionar por una salida política.

América Latina debe, junto a Europa y EE.UU., motorizar una solución para el país, articulando los procesos que conduzcan a ejercer mayores niveles de presión sobre el núcleo de poder que sostiene a Maduro.

Pero este proceso de negociación no descansa solo en la presión externa. Así como hay que reconstruir la presión externa, debemos recomponer la presión nacional. Toda esa crisis interna que se manifiesta todos los días en protestas por falta de servicios públicos, reivindicaciones salariales, acceso a alimentos y medicinas, y costo de vida tenemos que darle estructura para que pueda encausarse políticamente y pase de ser una crisis social a una crisis política.

La lucha interna del pueblo venezolano es fundamental para que Maduro entienda que existe un país entero que no va a resignarse, ni a normalizar una tragedia humana. Las dos presiones, interna y externa, deben funcionar como dos taladros simultáneos que vayan demoliendo el edificio dictatorial sobre el que está sentado Nicolás Maduro.

En la medida en que las dos presiones se encuentren y funcione como una orquesta afinada, la dictadura de Maduro será acorralada y se verá en la obligación de negociar en serio en un proceso que restablezca las garantías mínimas para una elección competitiva. En tal sentido, México debe ser concebido bajo un mantra muy claro: O Maduro negocia un acuerdo político que conduzca a una elección presidencial con condiciones competitivas en 2024 o vendrá más presión sobre él y su entorno.

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