José Guerra: Reflexiones sobre el socialismo marxista


Caracas, 28 de junio de 2021.- Si no fuese por lo que sucede en Venezuela, donde la maquinaria propagandística del régimen pone en venta el  llamado modelo socialista, este artículo carecería de sentido, y es así porque el concepto de socialismo ―fundamentado en las tesis de Marx, Engels y Lenin― ha sido desechado, salvo en los excepcionales casos de Cuba y Venezuela, países en los que el dogma parece negado a morir.

El socialismo es una idea tan atractiva como inconsistente. Atractiva porque apela y recurre al concepto de igualdad entre los hombres e inconsistente porque los principios sobre los cuales se fundamenta no son demostrables de ninguna forma. La praxis del  socialismo ha evidenciado, una y otra vez, que su aplicación degeneró en regímenes tiránicos que liquidaron la libertad y crearon sociedades tanto o más desiguales como las que se pretendían superar.

Con respecto al segundo aspecto, al de la inconsistencia, de acuerdo con Karl Marx y Friedrich Engels, el socialismo es una tendencia inevitable del desarrollo de la humanidad, al crearse al interior del sistema capitalista de producción las condiciones objetivas y subjetivas para su propia destrucción. La sustitución del capitalismo por el socialismo fue explicada en el Manifiesto Comunista, escrito por Marx y Engels en 1848, donde se argumenta que anteriormente las luchas de la clase obrera habían fracasado tanto por “el débil desarrollo del proletariado mismo como por la ausencia de las condiciones materiales de su emancipación, condiciones que surgen solo como producto de la época burguesa” (Marx y Engels, 1975).

De esta forma, se asocia el eventual triunfo revolucionario y la implantación del socialismo a la existencia de un ambiente propicio para la irrupción de una nueva clase social, cuantitativa y cualitativamente superior, como resultado de la expansión de la industria.

Tanto para Marx como para Engels, la clave para entender la realidad social residía en el desarrollo de las fuerzas productivas y en la situación que se creaba con el antagonismo de clases producto de ese desarrollo. Todo el conocimiento sobre la sociedad se articulaba bajo esa concepción restringida del conflicto clasista, lo que les impedía ver la complejidad de un fenómeno social extraordinariamente más diverso que la mera lucha de clases.

Esta apreciación posteriormente fue ampliada por Marx en el conocido prólogo a su Contribución a la crítica de la economía política, escrito en 1859, donde sentó las bases del determinismo histórico económico, según el cual el devenir de la historia se regía por ciertas leyes que el científico debía descubrir para interpretar adecuadamente los cambios económicos y políticos a lo largo del tiempo (1974).

Por tanto, a la fase del capitalismo industrial, que fue el contexto en el cual Marx elaboró sus tesis, debía seguir forzadamente la del socialismo, no sin que antes se hubiesen potenciado todas las fuerzas productivas contenidas en ese sistema. Intentos por alterar este rumbo harían del socialismo un sistema de organización sociopolítica inviable. En el citado prólogo, Marx (1974) lo resume de esta manera:

Ninguna formación social desaparece hasta que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la sociedad antigua.

Aquí reside la esencia y la razón de ser de una revolución socialista. De esta manera, se hacen evidentes y necesarias nuevas formas de propiedad social que sustituyan la rentabilidad empresarial como móvil de la dinámica de la sociedad. Esto determina el carácter histórico del capitalismo y así el socialismo, que se ha formado en su seno, se hace inevitable. El proletariado ―la clase obrera―, como clase para sí y mayoritaria, tomaría el poder y con ello culminaría la prehistoria de la humanidad y comenzaría la verdadera historia.

De esta manera, de acuerdo con el postulado marxista, la revolución socialista sería un proceso de transformación radical, surgido directamente de la contradicción entre el movimiento de las fuerzas productivas y el estado de las relaciones sociales de producción. Así, la propiedad privada sobre los medios de producción se convierte en un obstáculo para el avance de la producción de los bienes. El curso lógico de esta revolución sería la liquidación de la propiedad privada,  el tránsito hacia el socialismo y de allí al comunismo como etapa ulterior, caracterizada por la desaparición de las clases sociales y la propiedad privada. Entre el socialismo y el comunismo habría una fase de transición denominada dictadura del proletariado, con el objeto de someter y liquidar a los grupos sociales remanentes, los antiguamente dominantes.

El recurso a los determinantes económicos como factor coadyuvante de los cambios políticos es sustentado tanto por Marx como por Engels. En el prólogo referido, Marx establece:

El resultado general a que llegué, y que una vez obtenido sirvió de hilo conductor a mis estudios, puede resumirse así: en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una cierta fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base sobre la cual se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general (1975).

Este principio, que es una de las columnas del marxismo, es demostradamente falaz. La suposición  de que la causa ulterior de los cambios y las revoluciones hay que buscarla en la dinámica del régimen de producción es cuestionable, por decir lo menos. Así, de acuerdo con Popper (1971), muchas veces las ideas son más importantes que el estado y situación de los medios de producción en la explicación de las transformaciones sociales.

Esto es evidente en los casos de la influencia de la religión en la política y en la instauración de regímenes teocráticos donde ello ocurre, independientemente de la estructura económica y social de que se trate. Todavía más, las ideas pueden propiciar cambios en las condiciones en que funciona la economía y no al revés como suponían tanto Marx como Engels. De esta manera, la tesis marxista de que las ideas políticas o religiosas nunca serán el motivo de una revolución carece de asidero histórico. Remata Marx diciendo:

Aunque una sociedad haya encontrado el rastro de la ley natural con arreglo a la cual se mueve (…), jamás podrá saltar ni descartar por decreto las fases naturales de su desarrollo. Podrá únicamente acortar y mitigar los dolores del parto (1975).

El determinismo de Marx le permitía valorar que el socialismo sería el destino de la humanidad, cuyas leyes de comportamiento él creyó descubrir. Un problema esencial fue que el mismo Marx jamás pudo explicar la denominada “ley natural”. Como bien señala Popper, el problema fundamental del pensamiento marxista consiste en creer que la manera científica de aproximarse a las cuestiones sociales es mediante una profecía histórica en forma de una ley natural que rige las sociedades.

En correspondencia con esta tesis, Engels (1979) afirma, en la obra Anti-Dühring,  que

las causas últimas de todos los cambios sociales y de todas las revoluciones políticas no deben buscarse en la cabeza de los hombres ni en la idea cada vez más clara que se forjan de la verdad y la justicia eternas, sino en los cambios operados en el régimen de producción y de cambio; han de buscarse no en la filosofía sino en la economía de la época de que se trata.

La primera revolución socialista del mundo, ocurrida en Rusia en octubre de 1917, significó un mentís a esa elucubración con apariencia de verdad científica, toda vez que, contra el pronóstico de Marx, la misma sucedió en un país atrasado donde el capitalismo no había madurado del todo.

Un texto fundamental para valorar adecuadamente el alcance del  pensamiento marxista es la Crítica al programa de Gotha, escrito por Marx entre abril y mayo de 1875, ya en las postrimerías de su vida. Allí se puede leer:

En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, solo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: “¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!” (Obras escogidas, 1975).

Algo parecido ya había sido planteado por Marx y Engels (1959) en La ideología alemana, escrita entre 1845 y 1846 , cuando argumentaron que el comunismo sería una sociedad de abundancia plena, donde desparecería la propiedad privada y el Estado por lo que  no sería necesaria la ley, ya que la propiedad sería colectiva. Por tanto, ya no tendría que existir la división entre trabajo manual y trabajo intelectual,  todas las personas disfrutarían de todos los bienes por  igual. Lo que no se preguntó Marx fue ¿quién facilitaría los bienes abundantes y quiénes los producirían para poder tener esa abundancia? Y además: sin el Estado y sin la ley, ¿cómo hace una sociedad para funcionar y garantizar la convivencia entre sus ciudadanos? De acuerdo con Scruton (2017)  todo lo anteriormente planteado encara una contradicción insalvable, por cuanto se disfrutarían de todas las ventajas que el orden legal  ha creado, pero sin la existencia de la ley. Se gozaría de todos los bienes sin que se sepa cómo y quiénes los producen y sin que existan derechos de propiedad.

Por tanto, esta utopía solamente se podía llevar a cabo mediante el uso de la fuerza para que se hiciera lo que era imposible hacer. De allí que los regímenes socialistas y comunistas tenían que degenerar en tiranías, como efectivamente sucedió. Eso fue lo que ocurrió con la colectivización forzosa en la Rusia de 1920; el Gran Salto Adelante en China entre 1958 y 1961, donde se pretendió establecer comunas y forzar la industrialización; las tristemente célebres zafras en Cuba en 1970, donde miles de trabajadores fueron obligados a salir de las ciudades para ir a cortar caña de azúcar, y los terribles  campos de concentración de Pol Pot en Camboya, por citar solamente unos casos. En consecuencia, la deriva dictatorial de los experimentos socialistas y comunistas no se debe a errores en la implementación del modelo, sino que más bien es el modelo en sí mismo el que contiene el gen autoritario. De otra manera no se puede explicar la regularidad dictatorial de los experimentos en la práctica del socialismo en países tan culturalmente distintos como Rusia, China o Cuba.

Todas esas ideas fueron abandonadas por inútiles y el pensamiento marxista evolucionó a hacia otros temas, como la distribución de la riqueza sin cuestionar a fondo el régimen económico basado en la propiedad privada de los medios de producción. Esto es lo que expone Piketty en su obra El capital del sigo XXI, en la cual plantea que actualmente el problema económico  más relevante reside no en la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, sino más bien en el reforzamiento del Estado como distribuidor de la riqueza generada por la economía de mercado, para  con ello lograr una sociedad más equitativa (2019). Fue tan obvio y evidente el fracaso del socialismo  existente, que el cambio fue inevitable. Al fin y al cabo, el marxismo se convirtió en una especie de teología, tal como lo expuso al final de sus años uno de sus teóricos más importantes de las primeras décadas del siglo XX, Georg Lukács: “No se puede demostrar el marxismo (…) Te has de convertir a él”.

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