Ángel Medina: El rostro de la desigualdad


Caracas, 27 de enero de 2021.- Nuestra Constitución Nacional posee 116 artículos en los que se desarrolla lo relativo a los Derechos Humanos, Garantías y Deberes, donde se asienta el principio de progresividad en la protección de todos los derechos de los que gozan, sin discriminación ninguna, todos los ciudadanos.

Hacer este recorrido nos permite reconocer todas las garantías civiles, culturales, políticas, ambientales, sociales y económicas que tenemos, además de entender hasta qué punto la realidad choca de manera terrible y casi criminal con cada una de esas palabras que deberían ser el ideal nacional y el camino asumido en conjunto para el desarrollo nacional.

Las letras de nuestra Constitución se van borrando en la misma medida en que recorremos la situación que padecemos quienes transitamos nuestras vidas en medio de esta crisis descomunal - que producto de un modelo político - nos ha tocado presenciar y sobrevivir, hoy es innegable la existencia de una especie de nueva clase social que se refugia en unos enorme privilegios que la mayoría de la nación no puede ni siquiera soñar en tener, utilizando especie de alquimia se transformó al término de unas décadas el concepto de distribución equitativa de los recursos, para dar paso a una retención exclusiva de las riquezas y rentas por parte de unos pocos, en este tiempo se ha creado una nomenclatura del poder en la que se encuentran quienes están al mando de las instituciones, sus familiares y todos los que se relacionaban de manera utilitaria con estas personas.

Hoy tenemos una desigualdad casi criminal en nuestra nación, que desdibuja en primer lugar nuestra integridad territorial porque quienes viven en las regiones del país tienen limitaciones muy superiores frente a quienes viven en la capital, el abastecimiento de gasolina, los servicios de luz eléctrica o agua, las vías de comunicación, el efectivo, las comunicaciones, en fin, vivir en cualquier ciudad o pueblo fuera de Caracas es un verdadero acto de resistencia.

Una desigualdad que borra todo el sistema de protección que debería brindar el estado a todos por igual, porque producto de la corrupción y de la instalación de un modelo profundamente politizado, la salud, la seguridad y la educación es un asunto estrictamente privado, porque simplemente no existe quien responda desde lo público para garantizar la equidad en el acceso y la garantía del servicio.

Es una desigualdad que dinamita los derechos sociales y laborales, porque impone un sistema económico absurdo, donde solo puede tener garantías de dignidad quienes estén en la escala superior de la actividad económica, dejando a millones en un desamparo absoluto. La dolarización, el fin de todo tipo de subsidios, la destrucción del bolívar (y lo escribo con minúscula porque así esta su importancia en la economía), el andamiaje legal que limita la producción y el libre desarrollo de las actividades económicas, la corrupción y el compadrazgo, han dejado su huella en un país donde pocos disfrutan lo que la gran mayoría ni en sus sueños puede tener, especialmente los empleados públicos.

Recorrer nuestra calles es presenciar con el alma entristecida, como la constitución se desvanece en cada esquina, en cada familia que se rebusca en la informalidad, en los niños y niñas que piden comida, en las colas para esperar alguno de los pocos autobuses o camiones que todavía quedan en pie y que sirven de transporte público, en el árbol que volvieron leña para cocinar lo poco que se consiguió para el día porque el gas doméstico brilla por su ausencia, en los potes y recipientes de todo tipo que existen en las casas para almacenar el agua que llega como visitante fugaz de cuando en cuando, es esa desigualdad se presenta en camionetas y escoltas, que ha creado unos guetos especiales para promover y presentar el lujo y la abundancia como un hecho extraño al sufrimiento de las mayorías, como un extranjero que invade el suelo patrio en una especie de burla institucionalizada a la idea de justicia.

Venezuela es hoy una nación de muchos tipos de ciudadanos, donde muchos padecen y muy pocos pueden, ese es nuestro rostro, el rostro de la desigualdad.

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