Ángel Medina: Desastre internacional


Caracas, 05 de mayo de 2017.- Resulta muy difícil determinar el momento preciso en que la política exterior de Venezuela paso a ser una agencia partidizada y dogmatizada por la ideología, donde el requisito básico para ejercer funciones diplomáticas no es la experiencia ni el conocimiento, sino la lealtad al proyecto político y las capacidades para manejar de la peor manera las relaciones diplomáticas.

Es posible que todo esto iniciaría con la reforma de la ley de servicio exterior, que prácticamente expulso de la cancillería mediante la presión, los destierros a oficinas remotas y las jubilaciones express, a todos aquellos embajadores y funcionarios de carrera que eran la base de la profesionalización de esta importante y estratégica función para una nación. Ley que le abrió las puertas al poder para colocar a todos los embajadores a dedo y cuyo único requisito se concentraba en el compadrazgo, el cuadro político del partido, los intereses de las cúpulas o para provocar “destierros felices” de ministros, vicepresidentes y militares.

Otros apunta a que todo comenzó con la propia llegada de esta era revolucionaria, donde los expertos que existían se cuadraron muy rápido con el poder y le dieron todas las claves para desmembrar el cuerpo profesional que existía, pero además abrieron la puerta para darle contenido y lógica a todas las aberraciones  y sin sentidos que a bien se encaprichaba el canciller de turno.

Lo cierto es que hoy, la política exterior de nuestro país es una mezcla de prepotencia y groserías que poco o nada le han dejado a la nación. Si hacemos memoria creo que no existe una nación de nuestra región con la cual el poder no haya tenido un impasse o una discusión abierta en la última década, de igual, resulta impresionante como el insulto y la descalificación es el arma más poderosa y por tanto mayor recurrencia en su uso, de quienes han sido cancilleres. Basta ver la triste y muy penosa actuación en el marco de la OEA, donde a falta real de argumentos para defender lo indefendible, optaron por atacar a cada nación de la forma más balurda, en una especie de pelea de barrio y que culmino en el peor error histórico del poder con la pretensión de la denuncia de este organismo.

Las formas, el lenguaje, los gesto y símbolos, las palabras, todo cambio en nuestras relaciones internacionales y lo convirtieron en un cuerpo Nada Diplomático. Las formas violentas del lenguaje, el insulto como consigna y la división fanatizada que se padece en la política interior de Venezuela se trasladó de forma íntegra a la política exterior y hoy la pena no es solo por la crisis interna, sino que también se transformó en pena a ajena para todos los venezolanos que si creemos en una diplomacia efectiva y profesional.

De entre tantos retos que tenemos como nación, es indudable que uno de los principales reside en cambiar radicalmente la triste imagen que hoy tenemos en el sistema internacional, en profesionalizar nuestro servicio exterior y en ponerlo a trabajar en función de los intereses del Estado y no del partido de turno, el reto está en hacer de nuestras relaciones internacionales uno de los pilares que sustente la reconstrucción de nuestro maltrecho país y del rescate de nuestra ya bastante extraviada democracia.

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