Daniel Fermín: La Patria está muy lejos


Caracas, 26 de agosto de 2014.- Isabel se acaba de graduar de bachiller. Estudió en un colegio pequeño, de los más prestigiosos de Caracas. Es una institución a la que asisten, hay que decirlo, niños y jóvenes que provienen de familias que hacen grandes esfuerzos por la educación de los suyos. Privilegiados, sin duda. Es un colegio bilingüe, pero no bicultural.  Es profundamente venezolanista. En el transcurso de su escolaridad, sus alumnos conocen vivencialmente el llano, la Gran Sabana, oriente. Hay festivales folclóricos, se vive lo nuestro con profundo orgullo y amor.  No es un colegio apátrida ni se ciñe al estereotipo del sifrinaje indiferente.

El día del acto fueron llamando, uno a uno, a los graduandos. Treinta y ocho caminaron el pasillo mientras, desde un micrófono, se anunciaba lo típico: años en el colegio y carrera a cursar. Los aplausos retumbaban a cada mención de las universidades nacionales. Universidad Central de Venezuela, aplausos. Universidad Simón Bolívar, aplausos. ¿La razón? De los treinta y ocho, veintiséis se van a estudiar a ese gran abstracto que llamamos “afuera”. España, Estados Unidos, Colombia, Australia. También para ellos hubo aplausos, por supuesto, y en estos se mezclaba el reconocimiento al logro con la nostalgia de la partida, con el “no tendría por qué ser así”. Los aplausos a la Ucab, a la UCV, a la Unimet, eran también un reconocimiento, ya no sólo al logro, sino a la valentía, al atrevimiento, y evidenciaban que quedarse en Venezuela es un acto de resignado heroísmo en tiempos de revolución.

La historia de Isabel no es nueva.  Es la historia de Bruno y de Gaby, ya de treinta y tantos, que se fueron hace años y que cuando vienen de visita o por alguna diligencia deben quedarse en hoteles o en casas de amigos porque, y no deja de impresionar, ya no les queda familia aquí, ya en Venezuela no tienen casa.  Es la historia de más de un millón de venezolanos que se fueron en un acto de fe, no a ver a Mickey, sino a buscar un futuro mejor.  Los que no se resignaron a graduarse de desempleados, a vivir arrimados, a ganar miseria.  Los que se rehusaron a vivir bajo el yugo de la violencia y a mendigar un cuartico de leche o una harina de maíz.

Ellos, los que se van, no le están fallando a Venezuela.  A Venezuela le fallan los que desde el poder han destruido todo en medio de los ingresos más altos de la historia.  Al país le fallan los corruptos, que en nombre del socialismo saquean los recursos que deberían ir a elevar la calidad de vida de los más necesitados y encausar la sociedad hacia el progreso.  A Venezuela le fallaron los poderosos, con sus camionetas blindadas y su discurso de odio, que desde el gobierno nos hicieron retroceder más de cincuenta años.

Como decía Andrés Eloy Blanco en su “Soneto a Rómulo Gallegos”, y a pesar de la propaganda oficial, ya la Patria está muy lejos.  Lo está para los que se fueron, para el millón que en las calles de Santiago y en las ramblas de Barcelona siente por igual el desarraigo del no pertenecer, la inmerecida culpa del no estar, de no sufrir la lucha en carne propia, aunque sí que la sufren, son testimonio andante de ella.  Pero también la Patria se aleja para los que quedamos.  Una legua en cada cola, en cada lector biométrico que redunda en sofisticada libreta de racionamiento.  Otra más en cada secuestro, en cada abuso de poder.

Mientras, el gobierno arrecia y con él la imposición del Estado militar, la consolidación del atropello y el saqueo, siempre el saqueo.  No se enciende alarma alguna, más bien se dibujan sonrisas en el rostro de unos gobernantes que parecieran alegrarse ante el desmembramiento de la Patria.  Y ante la arremetida el miedo de tantos, de que las colas se tornen cupos, de que los pocos vuelos se tornen nulos.  Y cientos, miles, que no pierden las ganas y luchan contra el naufragio, no como los músicos del Titanic, sino como indómitos tercos de la resistencia, batallando a todo dar con todo en contra, rehusándose a la entrega del país, a la catástrofe definitiva.  No hay vida con este modelo, no hay futuro en revolución.  Por eso luchamos, día a día, barrio a barrio, en terreno desigual, contra la violencia y el chantaje.  Pero sí, cada vez la Patria está más lejos, secuestrada por el oprobio y la maldad.  Nuestro deber es sanarla, recomponerla, unirla, desde donde se esté, desde lo que se haga.  La vuelta a la Patria como sueño y proyecto de país.

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