Juan Miguel Matheus: Cicerón y el orador o Pedro Carreño


Caracas, 21 de agosto de 2013.- El carácter soez de la intervención de Pedro Carreño y de los demás diputados oficialistas en la sesión parlamentaria del martes 13 de agosto tiene que ser comentado abiertamente y de cara a la opinión pública. Porque a diferencia de lo que malamente presenciamos en las actuales circunstancias, la AN ha de ser un templo republicano para el buen decir y para honrar la verdad. Los acontecimientos ocurridos mueven, por tanto, a escribir sobre el auténtico sentido del discurso político, sobre la finalidad moral de la palabra pública.

Para hacerlo acaso sea oportuno recurrir al pensamiento de Cicerón. En su obra El Orador, el jurisconsulto expresa lo siguiente: "Nada hay a mi juicio más excelente que poder, con la palabra, gobernar las sociedades humanas, atraer los entendimientos, mover las voluntades y traerlas o llevarlas a donde se quiera. En todo pueblo libre, y principalmente en las ciudades pacíficas y tranquilas, ha florecido y dominado siempre este arte". Y continúa: "en la moderación y sabiduría de un perfecto orador estriba, no solo su propia dignidad, sino la de muchos otros particulares y la salvación de toda República".

Las citas transcritas apuntan a una verdad imperecedera de la filosofía política: el gobierno libre de las ciudades solo es posible si la palabra pública es utilizada para impactar en las consciencias, para mostrar lo justo y distinguirlo de lo injusto, para persuadir respecto del bien, para respetar al adversario y, sobre todo, para transmitir la verdad. En cambio, la tiranía siempre encuentra un elemento constitutivo suyo, esencial, en la corrupción de la palabra pública, en el uso del verbo de políticos y gobernantes para manipular, para confundir, para difamar y para secuestrar las consciencias de los ciudadanos torciendo o desfigurando la verdad.

Este último es uno de los elementos esenciales de todo régimen totalitario. También de la revolución bolivariana. Desde hace catorce años los venezolanos hemos presenciado la corrupción del discurso público por fines de poder. Hugo Chávez instauró una estructura de tergiversación de la verdad, una nomenclatura de interpretación del país, cuyo efecto más pernicioso es la pretensión de hacer que los venezolanos vivamos en la mentira. Es una simbología que ha servido para explicar la existencia política venezolana (pasada, presente y futura) en clave marxista, y aún sigue siendo vilmente utilizada por los herederos políticos de Chávez. Se trata, en definitiva, de un intento de echar mano a la moral de la sociedad venezolana a través de medios de comunicación, planes educativos de enseñanza e ideologización ramplona para inyectar el virus totalitario del socialismo del siglo XXI en nuestra cultura de pueblo.

Ante esta situación, cobra mayor importancia la batalla de las ideas. La necesidad de combatir al régimen con la palabra libre, desde el discurso público, para desnudarlo en todas sus mentiras y no dejar nunca de llamar las cosas por su nombre: totalitario a lo totalitario, mentira a lo que sea mentira e injusto a lo que sea injusto. Tenemos que recordar con Cicerón que la palabra de los políticos y de los gobernantes es una forma insustituible de acción política, que es especialmente hiriente en el proceso de derrota de una autocracia totalitaria cuyo oxígeno vital es la mentira. De una lucha así entendida depende, en buena medida, no solo que volvamos a ser un pueblo libre, justo y pacífico, sino, como enseña el mismo Cicerón, la posibilidad cierta de volver a ser una República civil.

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